La pastilla milagrosa

18 Jun

España es el segundo país en el mundo en prescripción de medicamentos, sin ser el segundo país en tener más enfermos, y el primero de Europa en el uso de psicofármacos. Vaya, y eso que, por otra parte, estamos en el segundo lugar mundial en longevidad, achacado, principalmente a la dieta mediterránea, características genéticas y una sociedad estable, buen apoyo social y un sistema sanitario accesible y de calidad. Sin embargo, que seamos más longevos, no quiere decir que lleguemos a edades avanzadas con buena calidad de vida. A partir de los 65 años, un alto porcentaje de la población está polimedicada, es decir, que al menos, toma 5 fármacos como poco.

La definición de la OMS sobre el uso racional de los medicamentos de 1985  es: “Los pacientes reciben la medicación adecuada a sus necesidades clínicas, en las dosis correspondientes a sus requisitos individuales, durante un período de tiempo adecuado y al menor coste posible para ellos y para la comunidad”. Y aquí está el pastel de la historia porque, ¿quién decide las necesidades, las dosis y el tiempo de tratamiento? Pues, en teoría, la comunidad médica mediante protocolos de actuación pero, generalmente, son a posteriori tras la salida del fármaco y el inicio de su utilización, mediante ensayos clínicos, por lo que, al inicio, nos confiamos en lo que nos dice la Industria farmacéutica.

Como médico de familia, soy la responsable de la mayor parte de la prescripción farmacológica y no puedo dejar de pensar que algo no cuadra. Quien no conoce a alguna persona de avanzada edad, y me refiero con eso a más de 90 años, con una vitalidad envidiable, sin medicación ninguna, por más que se empeñe su médico de familia que debería tomar algo para “prevenir” y que les caracteriza una filosofía de vida, que más de uno querríamos y que consiste en disfrutar el momento y las pequeñas cosas cotidianas de la vida, viviendo cada día como un regalo. Y frente a esto, el resto de la humanidad, se vigila la salud y toma todos los medicamentos recomendados, con la esperanza de retrasar la muerte lo máximo posible, sin darse cuenta que la vida la viven como enfermos sin aun estarlos.

El otro día leía un artículo sobre un libro de Erick From, psicoanalista; “ La patología de la normalidad”. Postulaba que, en esta sociedad del “bienestar” ni somos felices, ni tenemos salud ni, por descontado, no logramos dicho bienestar. Lo que considera la sociedad como “normalidad, genera la sensación de necesidad y, por tanto, la frustración si no se alcanza. Así mismo, el ritmo trepidante de esta vida, nos impide asimilar las distintas experiencias y asentarlas, lo que crea ansiedad. Y, en este frenetismo, queremos soluciones rápidas, que no requieran gran esfuerzo y resuelvan los problemas con prontitud. Y claro, en esta sociedad moderna, con tantos avances tecnológicos y científicos, prácticamente, hay una “pastilla” para cada problema ...ojalá !

Claro que la ciencia avanza que es una barbaridad y el desarrollo de la farmacología ha supuesto un gran avance, pero nunca olvidemos que el mayor logro se consiguió cuando se mejoró la higiene pública, los saneamientos de los núcleos de población y la alimentación comenzó a ser más variada. Observemos la gama de fármacos que tenemos y, buena parte de ellos, realmente, no curan ninguna enfermedad, sólo remiten síntomas. Y el síntoma es una señal de alarma de que algo va mal. Si tapamos el síntoma, notaremos alivio inmediato pero, más tarde o más temprano, nos volverá a avisar de que algo va mal, mediante otro síntoma, generalmente más intenso o incluso una enfermedad ya instaurada. No importa, seguro que habrá otro fármaco para ello.

Así que, mi reflexión final es que presumimos de una población sana y programas de Prevención de salud pero, para ello, primero tengo que catalogarlos como enfermos. Los fármacos son una importante herramienta terapéutica, no cabe duda, pero no son las únicas ni tienen necesariamente  que ser las más importantes. Parémonos un momento en esta vida trepidante, observemos nuestro día a día y quizás nos demos cuenta que las soluciones más simples pueden ser más eficaces a corto y a largo plazo.

Dra. Sonia Palma Rodríguez

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